lunes, 15 de abril de 2013

"Nava el Peral o Navalperal de Pinares" I


"El año 1936, fecha del Alzamiento Nacional como dicen unos o fecha de la Sublevación del ejército como dicen otros, fue algo apocalíptico en Navalperal.
Si bien en un principio estaba ocupado por la Zona Republicana, en las pocas fechas transcurridas desde el día 18 al 30 de julio, fue varias veces ocupado por la Guardia Civil, que representaba al bando de los Nacionales, y en otras ocasiones por milicianos que representaban a la República.
En una de aquellas entradas y salidas que unos y otros contendientes hacían, la Guardia Civil detuvo, y se llevó a Ávila a Víctor Elvira, Pedro Callejo, Eugenio Herranz, Mariano Pablo, Ventura Martín, Dionisio Prieto y Mariano García.
Esta especie de "toma y daca" de unos y otros duró hasta que el día 23 de julio, de una forma más estable, fue ocupado por la Columna del entonces Coronel Mangada.
Esta columna de milicianos estaba compuesta por mujeres y hombres, entro los que hacía un considerable número de expresidiarios de las cárceles de Madrid.
Su tarjeta de visita o presentación fue el entrar al pueblo por diferentes calles haciendo un constante fuego de fusilería, sembrando el terror de los pobres vecinos, que casi en su totalidad desconocían las armas de fuego.
Seguidamente, se dirigieron a la Casa Parroquial, de donde sacaron al Sr. Cura, D. Basilio Sánchez, y, frente a su casa contra la pared del Ayuntamiento, fue fusilado.
Asimismo, fueron detenidos y hechos prisioneros: D. Juan Martín y sus hijos, Ventura y Jesús; los hijos de D. Juan Manuel del Río, Tomás, César y Antonio; D. Félix Fernández, eminente médico especialista de pulmón y corazón; Agustín Rosino, Vicente Bernaldo de Quirós y un señor, Guardia Civil retirado, llamado Agapito.
Todas estas personas fueron fusiladas.
Me dice alguna de las personas que por entonces tenía uso de razón, que, cuando los llevaban montados en un camión camino del cementerio, les iban maltratando dándoles con las culatas de los fusiles, haciéndoles sangrar por la boca y la nariz.
Al llegar al lugar donde el camión debería torcer con dirección al cementerio, Agustín Rosino saltó del camión, y salió corriendo por donde mejor pudo. Hubo un momento de indecisión por parte de los milicianos, que permitió al Sr. Rosino tomar alguna delantera hasta que tres de ellos saltaron igualmente en su persecución disparándole constantemente.
Una vez que el camión llegó al cementerio y formado el pelotón de ejecución, D. Juan Martín, dirigiéndose a éste, les dijo: "Todo ajusticiado tiene derecho a que se le conceda una última voluntad, así que pido que me fusilen a mí antes que a mis hijos porque no les quiero ver morir". A lo que le contestaron: "primero, tus hijos; y luego, los que vengan".
Todo lo anterior estaba sucediendo mientras que el Sr. Rosino continuaba en su fuga perseguido por los tres milicianos.
Este Sr. Rosino tenía un comercio de ultramarinos, telas y algo de ferretería, en el que, poco antes de la Guerra, le habían robado gentes de Madrid provistos de un pequeño camión. El Sr. Rosino, en defensa de sus intereses, hirió gravemente a uno de los ladrones, muriendo en una de las Casas de Socorro de Madrid, en cuya puerta le dejaron sus compañeros de robo.
Uno de los milicianos era el mismo que, poco tiempo antes y en compañía de otros más, había robado a Rosino, por lo que a toda costa quería darle alcance para vengar a su antiguo compañero muerto.
En esta situación de huida y persecución, el Sr. Rosino fue herido en una pierna, pero no por ello dejó de correr, y logró despistarlos. Los milicianos que le buscaban entre todas aquellas malezas de jaras y retamas.
Cansados de buscarle, hubo uno de los milicianos que aconsejó dejar la búsqueda, pero los otros dos no consistieron a ello, y continuaron.
Estando en esta disputa, volvió a ser visto, y nuevamente comenzaron a dispararle hiriéndole nuevamente. Casi desfallecido, tendido en tierra y más muerto que vivo, por fin fue alcanzado, y, como quiera que se habían quedado sin munición para sus armas, fue rematado con grandes piedras arrojadas sobre su cabeza.
Esto solo es explicable sabiendo la procedencia de aquellas gentes: hombres presidiarios, duros de corazón e insensibles al dolor de los demás, sin el menor sentido de amor ni caridad para sus semejantes."

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