Hoy os traigo una nueva entrada encontrada
en un libro de memorias del año 1937, en la que el personaje, de la zona
nacional, va recorriendo los diferentes frentes desde el norte hasta Toledo y
la zona de Madrid. En esta obra nos encontramos con 2 capítulos, en uno habla
de Navalperal y en el otro de Las Navas del Marqués (este lo pondré la semana
que viene). Espero que os parezca interesante. Obviamente, hay que tener en
cuenta las connotaciones políticas que se observan a lo largo del relato, por
lo que a pesar de ser documentos valiosos hay que tener cuidado con los datos
que en él se encuentran y contrastar con otras fuentes.
"Al día siguiente de
nuestra llegada a Toledo empezó a circular por el campamento la noticia que se
operaba en Navalperal, persiguiendo la conquista de este pueblo.
En los primeros días del
alzamiento, aquel desborde de acometividad y de entusiasmo que, afortunadamente
para nuestra causa, se mantiene íntegro y creciente, pero ahora, refrenado por
la sabiduría y la prudencia del alto mando, lanzó a los nuestros, en un ímpetu
alegre y patriótico, sobre el poblado de Navalperal. Un puñado de soldados
valientes, con los arrojados requetés y los intrépidos falangistas, al mando del
comandante Doval, decidieron la ocupación. Y con sus pechos por todo escudo y
su coraje como motor, sin más armas que el fusil, allá se fueron confiados en
la victoria. Y la lograron después de una tenaz resistencia de la columna del
traidor Mangada, ladrón de corderos y de gallinas, que empleó contra nuestros
hermanos todo el poder de sus máquinas de guerra, de las que iba perfectamente
dotada su cuadrilla de salteadores: ¡Artillería, ametralladoras, bombas de
mano! Pero ¿Qué significaba toda aquella enorme acumulación de elementos
defensivos contra la fe que animaba nuestras fuerzas? Una vez más se demostró,
en esta guerra, el poder invencible del espíritu sobre la acción mecánica y
fría de los medios materiales.
¡El pueblo se tomó! Sobre la
pobreza de las casitas serranas se tendieron al aire los esplendores de nuestra
bandera. Se dió sangre con gozo y heroismo sin tasa, y los muchachos,
jubilosos, llenaban el espacio con los himnos y canciones de su alegría.
¡Pero...! La rabia del fracaso
se agarró con desesperación al teléfono:
- ¡Madrid!¡Madrid! ¡Estamos
arrollados!¡Han entrado en Navalperal! Enviad refuerzos y, sobre todo y en
seguida, aviación, mucha aviación.
A poco, sobre los cantos
victoriosos, dominaba el mosconeo de los motores y, en la serenidad de tarde
azul, las alas de la traición se extendían bajo el cielo como un presagio
fúnebre.
- ¡Los aeroplanos!
Una verdadera granizada de acero cayó
sobre nuestra gente. Se aguantó con impavidez, con estoicismo. ¡Resistir era
una locura! Y se ordenó la retirada y recogida, con amor, nuestra bandera, los
tristes senderos de la vuelta los marcó la desesperación con las huellas imborrables
de un llanto de amargura.
¿Comprendéis ahora por qué se seguían con
tan expectante atención las operaciones sobre Navalperal? Niños mimados por la fortuna,
acostumbrados al triunfo diario, cualquier revés, inevitable en toda lucha, nos
enloquece.
Pero, naturalmente, se ha vuelto a tomar
Navalperal, y ahora de modo definitivo. ¡Para qué deciros nuestro alborozo!
Mangada, el ladrón de gallinas y de
corderos, sintió una vez más, el castigo implacable de nuestras armas en
desquite. Huyó cobarde. En la noche como los bandidos, escapó con su cuadrilla,
dejando, para su oprobio, en el lugar donde se consideraba dueño, letreros, material
abundante, muchos trofeos, testigos elocuentes de su derrota.
Cuando fuimos al pueblo a sentir el goce
íntimo, el placer material de la posesión, sobre las esquinas y en las paredes roídas
por el fuego de nuestros cañones, se leía con profusión:
- ¡Columna Mangada!
En el habitáculo del bandolero, grandes
cartelones de aviso a los milicianos, pregonaban:
- ¡Defendamos Navalperal hasta la muerte!¡Caído
Navalperal, perdido Madrid!
¡Y Navalperal está en nuestro poder para
siempre!
Un aldeano, cazurrón y receloso, nos dice:
- ¡Si esta gente no puede ser! Delante de mí
los milicianos discutían el otro día con un capitán.
- ¡Que no, que no! Aquí no hay comandantes,
ni capitanes, ni nada. ¿No sabes que acabaron las categorías, camarada?¡Aquí
somos todos iguales!
Es considerable el número de camiones y de
coches excelentes abandonados con averías. En una de las banderas rojas
cogidas, se lee con caprichosas letras de adorno, cuidadosamente dibujadas: “Columna
Mangada. 5ª Compañía. Los tejeros”; y para muestra de organización y de cuidado
el siguiente episodio:
En
la rápida huida se olvidaron del teléfono. Ya nuestros soldados en el pueblo,
llama el aparato por sus timbres. Un sargento coge el auricular:
- ¿Quién llama?
- ¿Navalperal?
- ¡Sí!¡Al habla!
- Díme qué pasa, camarada. Por aquí corre la
noticia de que Navalperal se ha rendido. No será verdad ¿eh?
- No sé que decirte, responde el sargento.
Yo estoy metido en una casa, oyendo tiros por todas partes ¡Menudo “fregao”!
- ¿Y qué pensáis hacer?
- ¡Yo, rendirme!¡Lo que debierais hacer vosotros!
- ¿Y quién se entrega para que nos maten?
- No tengas miedo, camarada. Si te presentas
con las manos arriba y sin armas, no te matan.
Bruscamente se interrumpe la comunicación.
¡Tarde se dieron cuenta del ridículo!
Nos sacamos la espina de Navalperal, que
hacía sangrar nuestro corazón. Para los vivos hubo oro de sol en las copas,
chocar de vasos, brindis inflamados, en la entusiasta celebración. Para los muertos
un recuerdo conmovido, un silencio respetuoso y la música rumurosa de unas plegarias
cordiales.
Ya está Mangada, el ladrón de corderos y
de gallinas, huyendo por la sierra. Era su lógico destino. Los milicianos a sus
órdenes se extrañaban del afecto, de la consideración, del amor entrañable que
por las gallinas demostraba.
- ¡Ni que fuera su hijo!, se decían, quién
sabe si con acierto indiscutible.
El éxodo ha sido hacia Cebreros, ya en
nuestro poder.
Ahora nos queda perseguir al ladrón hasta
exterminarlo y convertir en realidad su profecía: “Caído Navalperal, perdido
Madrid”.
¡Vamos a ver si lo encontramos!
Pérez Olivares, Rogelio. "¡España en la cruz! (Diario de otro testigo)". Imp. Católica. Avila. 1937. Pp 267-271
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